Hable, sin darme cuenta si es malo o bueno para mí, lo que sentía, lo que yo veía.
Antes de mi intento premeditado de irme por las ramas, para ver si conseguía las caricias, esas las más alejadas. Pensando minutos después que mejor es despreocuparse de casi todo. Es tiempo de quedarme en mis propias palabras. Voy hacia ellas. Palabras sin padre, hijas de si mismas. Ya no tienen miedo de crecer ni que las interrumpan bruscos, incontenibles sentimientos. Empiezan a descubrir sus deseos. Confirman con la lluvia su amor. Afirman que los murmullos que escuchan son producidos por su propio ser. Gritan y son ecos, trozos, pasiones, egoísmos y soledades. En calma son un arco iris, sonrisas, amores pero sobre todo son fatalmente fragmentadas por otras.
Ellas, aunque a veces se sienten aisladas, están suspendidas entre signos de puntuación. Y yo pienso romper el próximo silencio antes de que se produzca.
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