Ocho y cuarenta y cinco.
Voy entre palabras como lo irremediable y hasta pregunto por mi misma. Aún así quieren besar la telaraña de mi imagen, ese otro cuerpo en otra historia.
Diez y treinta y tres.
Y el tiempo no es ese ser que quiero tener al lado, ni el que ayuda. Es una pieza clave, como dirían, viene el futuro. Igual espero que sepan que cuando estoy acá escribiendo, a veces, no escribo. Pero quiero encontrarme y hablar sin quedarme muda en la escritura.
Once y cuarenta y seis.
Toco tu boca, ya no la beso. Cosas amorosas, sin cara de chica en oferta. Acepto tus manos próximas a ese lugar que tiembla frente a un roce. Me atrevo retractándome al segundo. Y admito estar en un estado amoroso en el cual acepto la cursilería sin justificar.
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