Miércoles.
Me acuesto enferma y me levanto enferma. Me harta este encierro, esta cama. Me harta, reviento hacia adentro, me pudro y anido, en tus vaivenes y en las desconsideraciones de varios.
Entre tanto aparece esa imagen en desuso, casi integra, en mis manos, roja sangrante. Detesto el rojo, su traición y su manera cruel de delatar-me.
Viví como pude este tiempo y a nadie convencí. Llegaron a pensar que estaba triste. En realidad no es eso y ningún amor ama mi soledad. Así de simple y vertiginoso. Palabras entre palabras, arma brutal de mi conciencia.
Jueves.
Mis manos y otras manos y todo es tan carnal. Debo confesar haberme paralizado de miedo.
El miedo detuvo mis manos, me hizo torpe y anega mi cabeza. El miedo no me deja reconocer ese goce brutal de abrir mis piernas a la voracidad de ese deseo.
Ni me importo sentir que había caído en la trampa, había cometido un error de principiante: desafiarlo.
Perdí toda noción de espacio y tiempo. Sé que las cosas importantes no dejan señales y al mirar a mi alrededor veo señales por todas partes. Y estoy dispuesta a vivir, quiero hacerlo antes de que el mundo me devore por el excesivo peso de mis principios.
Haré lo que sea necesario. Abandonaré el miedo, la vergüenza, los principios, el pudor y, sobre todo, me desprenderé el vestido, único sostén de mi caída. Quiero dejar constancia de estar viviendo plenamente. Me da tanto miedo.
Y no tengo esa voz, aunque sea esporádicamente, me tranquilizaba, me paseaba en sus versos.
Estoy paralizada, indecisa, corrijo y borro, construyo mil veces mi decir, sintiendo, que hoy nada me satisface. Estoy perdida entre palabras que me ignoran, toda insistencia es inútil.
Después del impensable aluvión de situaciones, imágenes, conceptos y, principalmente tus labios. Estoy ansiosa por vaciarme en palabras, rehacerme en letras. Una vez ya lo dije pero esta vez es definitiva.
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